sábado, 15 de junio de 2024

 

Los médicos bajo la lupa de los pacientes

Cuando los examinados somos nosotros

De la imaginación a la realidad



    Dr. Jorge O Galindez*

 

Mi viejo nunca tuvo auto.

Vivíamos en una casa de alto. La calle Cochabamba, empedrada en esos años,  tenía muy poco tráfico pero, lo que no olvido, es que nunca paraba allí un auto con visitas para nosotros. 

                                                                                          Cochabamba 1551

En verdad había excepciones, la llegada del médico. Para la época mis frecuentes "ataques de asma" requerián que de tanto en tanto me tuviesen que asistir. Recuerdo con toda claridad que al escuchar que iban a venir a verme me entusiasmaba y me sentaba en el largo balcón par ver en que auto "venía". Cuando finalmente llegaba y mientras lo veía tocar el timbre miraba con atención la marca, el color y el modelo. Con esos datos corría al tope de la larga escalera para recibirlo con mi mejor sonrisa.

 Cierta vez, en una situación similar, escuché el sonido del timbre pero, no había un auto estacionado! Cómo podía ser? Un médico sin auto? Debo confesar, con cierta vergüenza, que mi trato hacia el no fue para nada cortés sino lo más parecido a un niño malcriado. 

En una casa de esforzados trabajadores la idílica posesión de un auto significaba  en el imaginario familiar, educación, prestigio y una posición social elevada que, para la época, eran aún  más apreciadas  que el poder económico que transmitía.

                                                                 Chevrolet 1949

Mucho se ha dicho sobre que valoran de nosotros los pacientes. Podríamos resumirlos brevemente en profesionalismo, empatía, comunicación y confianza –dicho sea de paso habría que preguntarnos cuántas de esas expectativas nosotros cumplimos- pero no es de eso que quiero expresarme hoy sino de algo más sutil, menos intelectual y sin dudas totalmente subjetivo.

Y me refiero específicamente al momento  en que somos sometidos al primer examen por nuestros pacientes. Ese primer vistazo, la primera impresión que causamos y sus eventuales consecuencias futuras sobre la hoy, tan discutida y cambiante relación médico-paciente.

Cierto es que hay un paso previo que merece, por su importancia, considerarse y valorarse en su justa medida. Analicemos,  ¿tenemos en cuenta cómo nos imaginan antes de conocernos?

Lo más probable es que  no nos perciban como personas comunes haciendo compras en un supermercado o lavando los platos luego de cenar sino más bien supondrán que tenemos una vida mejor que la de ellos, más gratificante, con buenos niveles de ingresos, prestigio social y que vivimos momentos de mucha excitación y  presión, lidiando con desafíos médicos de gran responsabilidad.

Con ese bagaje como preconcepto, ubiquémonos entonces en los momentos previos a la consulta y veamos algunos de los muchos  y diferentes escenarios posibles.

¿Es lo mismo llegar a la puerta de un consultorio privado de un médico reconocido y recomendado que a los impersonales habitáculos generalmente pequeños y mal iluminados, todos iguales, uno al lado del otro, que tan comúnmente podemos ver tanto en hospitales como en sanatorios donde duele decirlo , emanan una apabullante despersonalización?



¿Es lo mismo una sala de espera donde se “respira” serenidad,  amabilidad, profesionalismo, organización y pulcritud que aquellos otros atiborrados de pacientes, la mayoría de ellos  sumidos en sus celulares  mientras esperan a distintos profesionales de una manera totalmente aleatoria?



¿Es lo mismo haber elegido al médico por referencias o pretendido prestigio que haber tenido que optar por un grupo cerrado de profesionales “que atienden por su obra social”? y mucho menos cuando ni esa posibilidad es posible debiendo tener que aceptar “el que está ahora”.

Definitivamente no.

 Sin duda todo lo expresado y muchos otros factores más, van a condicionar ese primer encuentro cuando la puerta se abra y se produzca el saludo inicial.

Dicho esto, vayamos entonces a ese instante donde la vestimenta que usemos, la forma de estrechar la mano y esa primera mirada confirmarán o no las expectativas guardadas en su imaginación.

Sobre este momento Jennifer K. South Palomares, investigadora de la Universidad de York afirma que cuando miramos por primera vez el rostro de una persona, nuestro cerebro en sólo 33 milésimas de segundo forma juicios rápidos, sobre su carácter y personalidad que tendrán una enorme influencia, aunque no definitiva, sobre la futura relación. Yo agregaría, respetuosamente, que las mujeres lo hacen en la mitad de ese tiempo!.

                                                                              Jennifer K. South Palomares

La cultura japonesa tiene una expresión milenaria, koi no yokan’, para graficar  la indescriptible sensación que sentimos al enamorarnos perdidamente  de alguien a quien acabamos de conocer.

 Por otra parte Mónica González-Carrasco, psicóloga de la Universitat de Girona  nos enseña  que “la primera impresión obedece sencillamente a nuestra necesidad de estructurar el mundo de forma simple y práctica”. 

                                                                                  Mónica González-Carrasco

Así, durante los  próximos segundos surgirá en su psiquis, como fue dicho,  de “forma simple y práctica” el encuentro entre lo imaginado y lo real y a continuación se emitirá el veredicto que rondará entre lo desfavorable, lo indiferente o lo satisfactorio pero, y esto es lo verdaderamente importante,  se mantendrá consciente o inconscientemente vigente durante todo el tiempo que dure  esta nueva relación médico paciente  y que aunque parezca mentira será muy difícil,  aunque no imposible,  modificar.



En este punto yo me pregunto  conociendo todas nuestras limitaciones y con real preocupación ¿Anhelarán nuestros  pacientes lo que expresa Anatolle Broyard ,  director del suplemento literario de The New York Times, en su libro “Ebrio de Enfermedad”, cuando refiere con tinte poético “Busco un médico humanista que no me mire como si estuviese mirando un paisaje sino aquel, que me deje el alma fibrilando”?

                                                                                        Anatolle Broyard

Difícil saberlo, pero muy posible.

Entre ese niño que valoraba al médico por la calidad de su auto a este experimentado profesional he sentido, sin quererlo, muchas veces desagrado, indiferencia o satisfacción ante un  paciente “nuevo”, pero eso será motivo de otra Editorial.


*Jefe del Servicio de Clinica Médica del Hospital Escuela Eva Perón