jueves, 1 de agosto de 2024

 

EL OCASO DE “LOS BRONCES”

Capítulo 2

El Auge y  La Decadencia

 

Dr. Jorge O. Galindez*

 

“A ese, ECHALO”!

La frase resonó como un trueno en la sala donde rendía la última materia para promocionarme al Ciclo Clínico. Diciembre de 1969, la dictadura del General Juan Carlos Onganía se encontraba en su apogeo.

Para esa época, rendíamos esta difícil materia en una única sala donde como todo mobiliario  tenía una gran mesa cuadrangular y unas viejas sillas desvencijadas. Poco menos que  hacinados, nos sentábamos un docente y un alumno alternados a su alrededor y sólo era posible rendir sí todos hablábamos en voz baja. El profesor, en la cabecera, tomaba examen a otro alumno mientras mi examinador y yo estábamos en la “otra punta” a considerable distancia.

 ¿Se refería a mí?  Desorientado miré a mi docente, cuando otra vez gritó “ECHALO”!!!

“Pero Doctor, yo estoy rindiendo con Ud!”. atiné a decir. “Flaco, no puedo hacer nada, andate” balbuceó humillado el canoso, sumiso e irrelevante docente.

Al día de hoy no encuentro explicación a tamaño abuso de poder que retrasó un año mi carrera ¿Había sido mi barba que para la época se consideraba desafiante? No  lo sé.

Muchos años han pasado desde ese momento. Hoy con la herida cicatrizada, (como se verá al final del capítulo), mi interés por “los bronces” sigue vigente aunque ya no me siento intimidado como aquella vez, sino todo lo contrario.

Hace un tiempo un amigo y colega me dijo “tenés que leer lo que dice  Francisco Occhiuzzi”, un  médico cordobés que  desdramatiza el tema ridiculizando a éstos personajes describiéndolos como portadores de  una rara y grave enfermedad a la que  llama “broncemia” que ataca principalmente a médicos que transitan el ámbito universitario y académico 

Sucintamente y con fina ironía el autor la describe como producida por un exceso de bronce en sangre y que con el paso del tiempo toma todo sus órganos y convierte a los afectados en estatuas que seguramente luego de su gracioso paso por la vida serán expuestas por toda la eternidad en algún lugar preferencial del ámbito donde han desarrollado toda su patología.

Hagamos un poco de historia y recurramos a los clásicos de la literatura occidental que desde hace siglos vienen observando éstos excéntricos personajes a los que se los incluyen dentro de las sátiras debido a su falsa y pretendida superioridad sustentada  en un ilusorio exceso de erudición.

La dramaturgia del Siglo XVIII ya  hace mención del ridículo tonto erudito y  mucho más adelante la figura del Quijote inmortaliza, ahora en tono de novela, a éstos falsos sabios.

Más cercanamente en el siglo XX, Benito Perez Galdós en su libro “El caballero Encantado” describe majestuosamente al burro erudito quijotesco satirizando esos enfoque que ya para la época eran considerados como  obsoletos.

Pese a mi curiosidad  no me ha sido fácil encontrar bibliografía actualizada sobre los broncémicos de los que habla Occhiuzzi  por lo cual decidí introducirme más a fondo en el tema para contribuir al mejor conocimiento de tan noble patología.

Los hombres mayores de cincuenta años son, por lejos, los más afectados, aunque últimamente se han descripto casos de mujeres de igual edad.

Sí bien en la mayoría de los casos basta verlos caminar por el hospital para hacer el diagnóstico hay otros signos a los que debemos prestar atención,  siendo el más frecuente, la incapacidad de reconocer éxitos ajenos y el menosprecio por el trabajo y  esfuerzo de otros.

Pero hay otro síntoma más sutil pero que es un claro indicador de enfermedad que se  representa como la  falsa humildad  que Jorge Luis Borges destaca con claridad meridiana cuando escribe ““No seamos como esos intelectuales que sufren de un exceso de humildad” a los que llama falsamente modestos y  que yo  agrego, son la peor cara de la soberbia.

Muchos años después siendo ya  un médico formado y con cierta relevancia académica  saliendo del Colegio de Médicos me encontré frente a frente con ese profesor que me debía un año de mi vida.

Para esa época la democracia estaba consolidada y el trato hacia los alicaídos “bronces” ya no era el mismo. La tecnología, ya había derribado muchas barreras que condicionaban el  conocimiento  y paralelamente  se insinuaban nuevos modelos de liderazgos que los interpelaban, desafiaban y desplazaban.

Desgarbado, encorvado y barbudo tenía el aspecto de  un inofensivo personaje del que nada había que temer y mucho menos presumir que se estaba delante de un  otrora todopoderoso profesor de los años oscuros.

“Ud. no se acuerda lo que me hizo,  no?” le dije reprimiendo mi furia. Sin levantar la mirada, me dijo. “No, no me acuerdo”.

“Bueno, yo te lo voy a hacer recordar por mí y por muchos otros!!!

*Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón