DE LA FRUSTACIÓN AL ACIERTO
El valor de
la actitud
Dr.
Jorge O Galíndez*
Y allí estaba él,
en el break de la Jornada. Solo, como uno más, tomando un café de parado.
¡Era el momento! No sin algo de aprehensión, me acerqué y me presenté. Para mi sorpresa me dijo: “Sí, ya te conozco”. Envalentonado le pregunté, sin rodeos: “¿No querés venir al Servicio de Clínica Médica del Hospital (“Eva Perón”) a darnos una charla para que nos cuentes qué estas investigando ahora?”
“¡Con mucho gusto!”, me contestó. Sin darle demasiado tiempo para pensar, le propuse el día y la hora. Este personaje, que unos segundos antes me parecía inalcanzable, difícil de abordar, para mi sorpresa aceptó gustoso y sin rodeos.
Siempre tuve conciencia de mis limitaciones. Sí bien eso no
me afecta, ya que lo tomo como algo natural que a todo el mundo le pasa, no
puedo evitar la curiosidad por ese mundo desconocido, que sin dudas existe más
allá de la frontera que me plantean mis conocimientos, pensamientos y
expectativas.
¿Es eso, como suele decirse, tener una conciencia inquieta? No lo sé. Lo cierto es que, sin haberlo razonado, muchos de mis pasos en la profesión estuvieron marcados por la idea de que siempre se puede ser mejor, que seguramente hay alguien que sabe más al que se me hace imprescindible acercarme para que me ilumine y me muestre otros caminos.
Tiempo atrás participé de las “Jornadas de Biotecnología Aplicada a la Salud: Avances y Desafíos”, que se realizaron en cuatro encuentros mensuales en el Espacio Cultural Universitario (ECU) de nuestra ciudad bajo la organización del CONICET, el IBR (Instituto de Biotecnología Molecular de Rosario), la Fundación IBR, la Academia de Ciencias Médicas de Santa Fe, y la Universidad Nacional de Rosario.
Fue un encuentro en
el que nos anticiparon trascendentes avances en nuestro campo profesional. Como
suele ocurrir, la concurrencia fue calificada, autoridades de las entidades
organizadoras, bioquímicos e investigadores básicos; pero la participación de
médicos fue escasa y, sobre todo, de aquellos menores de cuarenta años.
Mientras escuchaba
a los expertos mi mente buscaba una explicación: ¿por qué estas “cuestiones”
científicas no despiertan el interés de quienes en un plazo no muy lejano
deberán aplicarlas en su práctica habitual?
Las respuestas que
hallé fueron varias. Entre ellas, mucho trabajo que además de ser mal pago les
exige muchas horas de dedicación; escaso interés en profundizar sus
conocimientos en Biología Molecular, cuya terminología les resulta
indescifrable; y ¿por qué no decirlo?, porque los corre de esa centralidad y protagonismo,
que los médicos acostumbramos a tener cuando de Salud se trata.
Entonces, mi espíritu inquieto me interpeló y me puso en movimiento.
Me pregunté: De todos los presentes, ¿quién era el investigador más reconocido? Sin dudas, ¡el doctor Diego de Mendoza! Jujeño, recibido en la Universidad Nacional de Tucumán, galardonado con las distinciones más relevantes en innumerables oportunidades en Argentina y en el exterior. Académico en múltiples universidades de Europa y los Estados Unidos, y autor de cientos de trabajos de investigación que lo ubican entre los mejores sino el mejor científico de nuestro país.
Fue entonces cuando, interrumpiendo su break, le propuse que viniera a visitarnos y nos contara sobre sus investigaciones. Quedamos para el miércoles 16 de octubre, por la mañana.
“Nunca fui a
Baigorria”, me dijo De Mendoza, mientras viajábamos por la costanera rumbo al
hospital y yo aprovechaba para contarle lo histórico de esa ciudad, que debe su
nombre al gran héroe olvidado de los Granaderos de San Martín que protagonizaron
el combate de San Lorenzo.
Ya en el hospital, me encargué de que lo recorriéramos; mientras le iba narrando su historia, con particulares detalles sobre su postergada inauguración en la década del 50 y los sucesivos cambios de nombre, de acuerdo a los vaivenes políticos.
De Mendoza no encaja en los estereotipos que se suelen construir de los
hombres de ciencia. Austero en el vestir y desplegando un gran esfuerzo por
hacer coloquial sus conocimientos, en pocos minutos de iniciada la charla ya
cautivaba a todos mis colegas. Ellos, luego, me transmitieron su gratitud por
generar este encuentro, al cual también había invitado a directivos y
profesionales de otros servicios de nuestro hospital.
La visita a nuestro Servicio de Diego de Mendoza fue todo un éxito. Con el relato de su experiencia y de sus intereses científicos cumplió con el objetivo que yo me había planteado: promover la curiosidad como motor de la investigación –va de suyo que la charla se tituló, con un dejo de ironía: “La utilidad de estudiar cosas inútiles”–, fortaleciendo mi idea de “espíritu inquieto”.
Conciencia inquieta, espíritu curioso sigo sin saberlo; pero que da resultados, ¡vaya que los da!
* Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón