“Una experiencia para compartir“
Dr.Jorge O. Galíndez
Ps.Silvina Vázquez
Cuando de complejos y prolongados tratamientos se trata, la adherencia a
los mismos se visualiza como una pieza clave para su éxito.
En el campo de la infección por el VIH lograr
ese objetivo ha sido un continuo desafío con frecuentes fracasos, sobre todo en
aquellos tiempos, no tan lejanos, en que la respuesta científica se limitaba a
ofrecer como única posibilidad la multiplicidad de comprimidos que debía el paciente
ingerir, asociados generalmente a la intolerancia y devastación de los efectos
adversos que producían.
Ahí es donde aprendimos a innovar sobre la
presencia activa del psicólogo en el consultorio del médico, sin reparar en
vanas discusiones teóricas o ideológicas que a nada nos
conducían.
Lo que nosotros teníamos era una
necesidad concreta que requería soluciones del mismo tenor y que la práctica
finalmente
nos demostró que estábamos en buen camino.
Hoy la realidad es muy distinta en lo que se
refiere a la tremenda respuesta terapéutica que se ha producido. La
simplificación de los tratamientos, su menor toxicidad y su excelente
tolerancia han cambiado el rostro de la infección e iniciado una tendencia al
decrecimiento de la pandemia.
Pese a ello, no hemos cambiado nuestra
modalidad de trabajo –médico y psicólogo juntos- atento a
que rápidamente percibimos lo que ya reflejaban múltiples estudios
internacionales; la adherencia al tratamiento es una resultante mucho más
compleja y
no se soluciona con la simple reducción de la cantidad de comprimidos que el
paciente ingiere.
Razón por la cual decidimos mantener nuestro
dispositivo de trabajo, donde la presencia del psicólogo en consultorio nos
permite y asegura un desplazamiento hacia el rescate de la
singularidad.
Hoy sabemos que para lograr la total adhesión
es imprescindible tener presente su propia historia, dejándolo hablar
libremente de sí mismo sin nosotros, emitir juicio crítico.
Con el paso del tiempo observamos que
sus relatos sobre problemáticas y satisfacciones de vida aparecían
nítidamente logrando que se expresen con naturalidad y confianza frente a
ambos.
Nos preocupamos no sólo por lo que el
paciente dice sino que, un gesto, una pausa, una mirada perdida, o un
comentario del día a día son alertas que nos introducen a ese
terreno a veces tan resbaladizo de lo emocional.
Vayan como ejemplos los diálogos sobre la
expectativa de una nueva relación, los miedos sexuales, desencantos o
rupturas, la plenitud de convertirse en madre o en abuela.
Con frecuencia aparece también la ansiedad
que provoca la posibilidad de iniciar un nuevo empleo o la intranquilidad
de
perderlo.
Muchas veces nos hemos encontrado
ante las distintas visiones de lo que escuchamos y en ese momento es
donde el psicólogo a través de la escucha activa interpreta y
nos aclara esos núcleos duros que representan la resistencia al tratamiento.
La mirada, la escucha y la
palabra son un ejercicio continuo que mantenemos y
resguardamos a lo largo de estos años y cotidianamente.
La elaboración de estrategias en conjunto,
para cada problemática individual, muchas veces ha evitado los lamentables
abandonos que, como sabemos, tienen como consecuencia directa el fracaso del
tratamiento.
La mirada optimista que tenemos sobre un
futuro no lejano nos desafía a prepararnos para nuestro nuevo compromiso
que será, como profesionales, acompañarlos a enfrentar el proceso y el impacto
que producirá llevarlos a la cura definitiva.
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