Los concursos en la Facultad de
Ciencias Médicas: “¿Otra vez, a jugar con tierra?”
Un reciente fallo de la Corte Suprema de Justica activa
el debate sobre la necesidad de actualizar los procesos de selección del cuerpo
docente universitario
Dr.
Jorge O Galíndez*
“Anda a jugar con tierra”
decía un amigo del barrio, reflejando con esa metáfora infantil la
resignación y frustración que se siente frente a la impotencia que produce el no
poder cambiar una situación injusta impuesta por una autoridad superior, a
pesar de tener la razón y los argumentos válidos debiendo, como única opción, aceptar
las reglas del poder.
La frase resonó en mi cabeza después de leer la noticia del fallo
de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre el caso (“Aranalde,
Gabriel Ignacio c/ Universidad Nacional de Rosario) que califica como “ilegítimo” un Artículo del Reglamento de Concursos
Docentes de la UNR porque, entiende, vulnera los parámetros fijados por
la Ley de Educación
Superior.
La resolución del máximo tribunal que rechazó la participación con
voz y voto de estudiantes y egresados sin cargo docente en los jurados de los concursos
académicos causó
gran impacto en todo el claustro docente y sus autoridades por las
consecuencias mediatas e inmediatas que producirán.
Al
enterarme, súbitamente mis recuerdos me transportaron al invierno del 2006 donde en una gélida aula, sin calefacción y mal iluminada de la Facultad, se definía el
Concurso a Profesor Titular de una de las más importantes Cátedras con sede en
el Hospital Escuela Eva Perón de Granadero Baigorria. Allí el
Jurado emitía finalmente su dictamen
ante los tres docentes que concursaban y
un reducido grupo de colegas, familiares y amigos.
La voz del Presidente no era firme y
apenas audible. Ni bien terminó de leer la resolución se alejó rápidamente sin
dejar lugar a ninguna acotación. Las miradas eran de incredulidad y estupor
porque a juzgar por los antecedentes académicos y la exposición realizada, el
resultado debía ser otro. Es más, sólo el designado ganador no se mostró
sorprendido y hoy lo recuerdo con toda nitidez esbozando una sonrisa de
suficiencia mientras se retiraba triunfante.
Pero la historia, como se verá más
adelante, no terminaría allí.
Desde
hace años vengo observando reiterados pedidos a las autoridades para la
realización de concursos docentes pero cuando ellos se materializan rara vez son percibidos como inobjetables y son muy pocos los que quedan conformes. Todo
lo contrario, son frecuentes las quejas,
los recursos administrativos impugnándolos y es muy habitual escuchar airados
reproches dichos por lo bajo y, a veces no tanto, contra las autoridades a lo que se
suman sospechas de contubernios de todo tipo.
¿Qué nos
pasa? Queremos los concursos, decimos que es la mejor forma para dirimir
quienes son los merecedores a tal o cual posición, pero cuando se efectivizan y
emiten dictamen, todo se objeta y duele decirlo, muchas veces con razón.
Las
inequidades que generan el desánimo y la deslegitimación de los resultados son
la consecuencia de la combinación de multiplicidad de razones que es necesario
revisar y modificar para, como es intención de este texto, estos
acontecimientos tan importantes se vuelvan transparentes e inobjetables.
Párrafo aparte merece la composición
de los jurados que deberían ser libres de toda sospecha de arbitrariedad,
firmes y ajenos a presiones e influencias muy reales como son las afinidades
personales, políticas o académicas con alguno de los concursantes siendo
indudable, además, que sí son seleccionados del cuerpo docente de la misma
institución el conflicto de intereses es inevitable.
¿Se puede dudar que sea necesario e
imprescindible normatizar y estandarizar las evaluaciones para evitar la subjetividad que éstas implican sobre
todo en las impresiones personales donde las interpretaciones discrecionales
suelen cambiar el rumbo de los resultados?
Las dinámicas de poder internos
tanto de grupos académicos o de facciones ideológicas llevan a politizar los
concursos más aún cuando se perciben negociaciones previas donde los
favoritismos se imponen a los méritos objetivos.
En fin, estimo que nuestro objetivo
debe ser insistir ante las autoridades universitarias para que garanticen que los resultados sean inobjetables, y ello se va a lograr sí
se implementan procesos transparentes,
con criterios claros y públicos, jurados independientes y ¿por qué no? mecanismos
de auditoría externa.
Volviendo a los fríos días del 2006,
el concurso a Profesor Titular fue inicialmente recurrido a las instancias
administrativas y luego, ante la disconformidad de un afectado, se recurrió a
la Justicia Federal.
Años después con el fallo unánime de
todos los miembros de la Corte Suprema de Justicia se anuló la validez del
concurso atento a las graves irregularidades que se cometieron durante todo el
transcurso del proceso concursal.
¿Qué hizo entonces, la Facultad?
Nada.
¿Los jurados fueron apercibidos? No.
¿Se brindaron disculpas a los concursantes? No.
Y llegamos al irónico final. Con el
concurso anulado el profesor, que presuntamente había ganado y sido puesto en
funciones como tal, continúo luego del impactante fallo, sin inmutarse ni
perder ese impostado aire de superioridad que lo caracterizaba, manteniendo el
cargo hasta su jubilación ya que la cátedra nunca se volvió a concursar y por
antigüedad, “le correspondía a él”.
¿Se hizo Justicia? No.
A jugar con tierra!!
*Jefe
del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón
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