Con un café en la
mano, por los pasillos del “Baigorria”
*Dr Jorge O. Galíndez
¡Otra vez te manchaste el guardapolvo con café! ¡Tené
un poco de cuidado, porque la próxima lo vas a lavar vos!
La doctora María Rosa Galván, mi esposa, ha repetido
esta amenaza a través de los años. Imposible cumplir.
Habitualmente a media mañana bajo al bar del hospital,
pido un café en el mostrador e inicio mi regreso al Servicio de Clínica Médica
en el primer piso. Esa caminata siempre la hago con el vaso de telgopor humeante
sostenido con una mano, mientras me abro camino entre la fila de pacientes que
esperan ser atendidos en la farmacia o en los distintos consultorios, o
haciendo cola para sacar un turno para un especialista.
Con frecuencia me distraigo, hago un movimiento en
falso o recibo un leve empujón, suficiente para que el café se derrame y manche
el guardapolvo, que tan esmeradamente ha sido lavado y planchado un rato antes
en casa.
En el camino, escucho fragmentos de conversaciones y
puede que me detenga a observar una mirada triste o un gesto de resignación, en
los que imagino y fantaseo de cómo será su vida en medio de carencias de todo
tipo.
“El rostro de la pobreza” es la frase que me brota y
juego a preguntarme cuántos que se llenan la boca hablando de los pobres lo
hacen sin tener ni por asomo esa vivencia tan real como angustiante que nos
muestran esas caras que conviven diariamente con nosotros en la cotidianeidad
del trabajo.
Pero, más allá del impacto que me puedan generar
algunas palabras, algunos rostros o algunas historias, no escapa a mí que la
tarea de los médicos es fundamentalmente cuidar su salud.
O, al menos, es eso lo que se espera de nosotros.
Sin embargo, todo eso no me es indiferente. Tampoco me
atormenta y menos me paraliza.
Por el contrario, en esa pequeña caminata donde me
encuentro mirando pacientes, que mansamente hacen largas colas para ser
atendidos, me surgen ideas que además de alterar el equilibrio del vasito me
interrogan sobre nuestra responsabilidad como médicos frente ellos, sobre los
avatares de la vida hospitalaria y los de la sociedad en general.
Y ese pensar se ha ido transformando en escritos y en
un guardapolvo recurrentemente manchado y vuelto a blanquear.
Entonces, las distracciones que ocasionan el derrame no
son casuales, sino que por lo general responden a una situación particular que
me inquieta o a una idea que empieza a tomar forma y que asocio con una lectura
de la primera hora de la mañana o con el tema que se tratará horas más tarde en
una actividad académica.
De esa combinación de sensaciones e influencias, han
surgido los escritos que vengo publicando en www.jorgegalindez.blogsopot.com,
mi blog personal, desde hace más de siete años; y que ya, a poco de iniciar esa
etapa, se transformó en una rutina: un artículo todos los meses, la costumbre
de enviarlo a colegas y otros profesionales; a funcionarios, legisladores y
políticos; a directivos de asociaciones profesionales y de fundaciones; y
también a mis amigos y allegados. Todo ello con el propósito de compartir mis
reflexiones sobre nuestra profesión, la Medicina, la Investigación, la Salud y
las Políticas Públicas.
Es que si algo no he dejado de hacer es mantener vivas
y renovadas mis ideas; no solo a través de la escritura, sino también con mi
habitual presencia en las redes sociales, en la radio y en la televisión.
He transitado diversos espacios de gestión y de
ejercicio profesional, y cada paso ha sido hacia adelante.
No me permito quedarme al costado del camino. No se me
ocurre pensar que hasta acá llegué.
Mi intención es seguir; porque, como me repito cada
mañana que comienza con el guardapolvo limpio y bien planchado, “esto recién
empieza”.
Escribo sin agravios ni vocación panfletaria, buscando
a mis lectores, los de siempre, los que se fueron acercando y los que no
conozco pero sé que están o van a llegar. En cada texto, que me gusta llamar
“editorial”, trato de compartir mis ideas, promover el diálogo y abrirme a las
críticas, y recibo con gratitud la opinión de los lectores.
Y en todos estos años de escritura, que son más de
veinte desde la publicación de mi primer libro, “Ya no es tan grave. La
historia de los médicos que enfrentamos al Sida”, he encontrado un lugar que
creo que es necesario ocupar: el médico que, sin renunciar a sus incumbencias
profesionales, expone públicamente su punto de vista.
Mal que le pese a las chicas del bar –que se están
enterando ahora– el café del hospital nunca fue un buen café. Más bien es una
“bomba” para el estómago; pero no podría estar sin llevarme el vasito de
telgopor e iniciar, cada día, esa caminata haciendo equilibrio hasta llegar a
mi oficina.
*Jefe del Servicio
de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón.
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