EN
EL PICO DE CONTAGIOS, EL COVID-19 MUESTRA CIERTA CLEMENCIA
Dr.
Jorge Galíndez
Ahora que todo indica que la
provincia de Santa Fe está sufriendo el pico de contagios de coronavirus, puedo afirmar –en base al estudio y las
vivencias personales que enfrenté como médico especialista- que esta pandemia
del coronavirus no es ni lejos la peor que la humanidad padeció.
Bien sabemos que hay virus más y
menos agresivos y que están aquellos que contagian con más o menos intensidad. Es
de la observación del comportamiento del Covid 19 la que nos lleva a
preguntarnos si hemos meditado correctamente que hubiese sido de nosotros sí el
coronavirus, como tantos otros, hubiera tenido predilección por los niños, las
embarazadas y los jóvenes.
Vaya el recuerdo de los años
cincuenta cuando familias enteras vieron truncados sus sueños y esperanzas para
siempre cuando estalló en Rosario la epidemia de poliomielitis que sesgó la
vida de muchos de ellos y dejó secuelas permanentes en aquellos que lo
sobrevivieron y, sin dudarlo, a toda la sociedad que tardó decenas de años en
asimilar lo que nos pasó.
Hoy, en estos “días oscuros” en
los que reina el miedo a infectarnos y en los que compartimos el sufrimiento de
los enfermos y sus seres queridos, busco elementos objetivos que permitan
aportar optimismo. Y es ahí cuando me pregunto:
¿Hemos valorado objetivamente que a la
facilidad de transmisión del Covid 19 se le contrapone una baja agresividad,
concentrando su peor cara casi exclusivamente en gente que sufre patologías
previas graves y muchas veces irreversibles.
¿Nos queda claro que, precisamente, gracias a
eso en un tiempo no lejano se producirá una inmunidad generalizada de la
población que finalmente lo condenará a un papel secundario dentro de las
patologías virales?
Más allá del terrible impacto
económico que la pandemia está causando, me esperanza ver como los equipos de
salud empiezan a pregonar estos conceptos, y que además del tremendo esfuerzo
diario que les impone la coyuntura ya están pensando en las enseñanzas que ha
de dejarnos esta pandemia y en cómo diseñar la nueva medicina que se impondrá
en el futuro cercano.
Quiero subrayar en este párrafo
final lo que siento personalmente y las enseñanzas positivas que me deja vivir
en este mundo incierto. He aprendido a valorizar aquellos pequeños gestos -como
el beso y el abrazo a quienes más queremos- y que hoy me son negados, pero, por
sobretodo, valoro la posibilidad de darnos el tiempo para conocer, aunque sea
un poco más, la complejidad de nuestro mundo interior donde casi nadie llega,
excepto uno mismo, a veces.
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