martes, 20 de junio de 2023

 

 

COMO DAR MALAS NOTICIAS

Del empirismo al Protocolo de Buckman-Baile

 

Dr. Jorge O. Galíndez*

 

La puerta de la Sala de Terapia Intensiva se abrió fuera del horario de visitas. Sentado en una vieja silla un jovencito me miró directamente a los ojos. ¿“Familiar de Beliz”? pregunté. Sin levantarse pero sin dejar de mirarme asintió con la cabeza. “Lamentablemente falleció” dije automáticamente. Muy perturbado y sin saber que hacer di media vuelta cerré la puerta y volví a la Sala. Era mi primera vez. ¡Todo lo había hecho mal!




Tiempo después le pude responder a mi conciencia que, inquieta como siempre, me seguía interrogando sobre el tema. “hice lo mejor que pude” le decía.

No hay primera ni última vez, siempre se hace difícil dar malas noticias. Pero, ¿cómo lo hacemos? ¿Alguien nos enseña en la carrera o incluso durante el cursado de una especialidad de cómo enfrentar ese momento?

En mi caso y en muchos que he consultado la respuesta ha sido, No. Sin embargo, seguramente, habrá docentes que se ocupan de preparar a sus alumnos para esta difícil situación.

Recientemente tuve la oportunidad de asistir, en el marco del “Encuentro de  Comunicación en Salud", a la excelente disertación que nos brindó Alejandra Rigalli, Psicóloga del CUDAIO y del Colegio de Médicos, que me  impactaron fuertemente no solo por la solidez de sus conocimientos,  la transmisión de sus  experiencias y vivencias sino también por la participación activa de la audiencia, que sentía que por primera vez encontraba un ámbito para preguntar dudas o contar anécdotas de su vida profesional pero y por sobre todo, superar la conducta innata y empírica con la cual todos hemos transitado la vida profesional, e ingresar al lugar donde encontrar las formas adecuadas de comunicar situaciones emocionales críticas.




Se me hace necesario aclarar que una mala noticia no es solamente una situación de vida o muerte! Vaya si no lo es una simple fractura del pie en un deportista joven y en pleno ascenso de su carrera o hacer una hora de cola en una farmacia de hospital esperando un medicamento que aliviará a un hijo y encontrarse que ¡no hay más! ¿Qué es sino una mala noticia tener que ser intervenido quirúrgicamente justo antes de un viaje de estudios con sus compañeros de clase  con el que tanto había soñado, trabajado y ahorrado y que ya nunca podrá realizar?

Debo decir, como siempre sucede, que una vez despertado el interés aparecen muchos tratados sobre el tema que me eran desconocidos. Entre ellos sobresale claramente el de Robert Buckman y Walter Baile de la Universidad de Toronto que entendieron que sí bien, comunicar malas noticias –considerada por entonces como una tarea de segundo plano- era una de las situaciones que mayor stress generaban entre los médicos, diseñaron un protocolo que se tornó absolutamente imprescindible desde ese momento y que me permito recomendar.



De las seis etapas que describen los autores y que deberíamos seguir al pie de la letra   me interesa destacar la importancia de estar muy atentos al lenguaje no verbal del paciente o sus familiares según sea el caso. Detectar las reacciones más frecuentes,ansiedad, miedo, tristeza, agresividad, negación y ambivalencia afectiva nos permitirá además de aportar los datos clínicamente imprescindibles proporcionar el mejor ambiente y clima emocional posible para ese dramático momento.

Revisando ese viejo episodio con el que comencé esta editorial puedo hoy analizarlo y entender que en ese momento yo no comprendí  el impacto emocional y las repercusiones negativas que significa dar malas noticias de una manera tan inadecuada.

¿Quién era ese joven? ¿su novio?, ¿su hermano?, ¿un amigo? ¿Que sabía de la gravedad de la situación? ¿Había alguien más en el Hospital que pudiera acompañarlo y contenerlo? Estaba consciente yo de mi relación de “poder”, parado con guardapolvo y estetoscopio en el cuello ante casi un niño que me miraba fijamente pero desde abajo.

Nunca más lo vi y ni siquiera podría reconocerlo hoy, pero estoy seguro que ambos no olvidamos ese instante, que nunca podré reparar  y del que ni siquiera  sabré cuales fueron las consecuencias de esa “mala praxis” originada en el desconocimiento.

Ojalá este mensaje sirva para que todos aquellos que tenemos responsabilidades docentes, rescatemos el tema y lo pongamos en el destacado lugar que seguramente le corresponde.

 

-Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón