miércoles, 17 de abril de 2024

 

LA PALABRA DEL MEDICO

De “palabra santa” a la necesidad de un cambio de estrategia

 

*Dr. Jorge Galíndez

 

Hola campeón!! Tengo buenas noticias, hoy te vas de alta!!

Juanchi de 40 años cumplía su día 23 de internación. Sano previo, ingresó a Terapia Intensiva con un cuadro de Dengue grave que  luego complicó con una infección nosocomial. Respondió muy bien al tratamiento por lo que el cuadro parecía superado para satisfacción de todos.

-Cómo que se va hoy de alta? Reaccionó de mala manera, Celina, su esposa. Esta mañana vino el infectólogo y le dijo que hasta que no normalizara todos los estudios de acá no se iba!!

Tranquila Sra. entonces lo voy a hablar con el colega, le dije mientras me retiraba incomodo de la habitación.

“Éstos nunca se ponen de acuerdo, sí no es por una cosa es por otra”! la escuché murmurar insatisfecha mientras cerraba la puerta de la habitación.


Este pequeño episodio que he de decir se solucionó satisfactoriamente, me llevó a recordar una vez más el alcance, la potencia y las implicancias que nuestra palabra tiene para pacientes y familiares donde la claridad en la comunicación es fundamental para una buena relación y donde la confianza es imprescindible.

De ser palabra santa hoy no podemos negar el innegable avance del fenómeno de su creciente desvalorización.

Seguramente todos hemos vivido situaciones donde nuestros diagnósticos o tratamientos han sido puestos en dudas,  muchas veces sólo expresados en sutiles gestos de desconfianza o preguntas insinuantes  que esconden la insatisfacción por nuestra opinión.

Es frecuente y hemos debido de acostumbrarnos también a que nuestra palabra sea cotejada con la opinión, de amigos, familiares o vecinos muchas veces médicos y otras simples opinadores de buena fe.


Es evidente que el sencillo acceso a todo tipo de información en manos de personas no habituadas al razonamiento médico abre la puerta  a  dudas y conclusiones no siempre acertadas.

Sin embargo, es necesario que admitamos nuestra parte de responsabilidad en este tipo de situaciones y que analicemos cuando han sido provocadas por una falta de comunicación efectiva y afectiva de nuestra parte, muchas veces atribuidas al apuro, la falta de empatía y, porque no decirlo, a cierta dosis de soberbia que todos cargamos.

Bueno es de entender que cuando nuestra palabra es desvalorizada, no sólo tiene consecuencias para nuestro ego sino y esto es lo importante, puede conllevar consecuencias negativas directas para la salud de los pacientes. Vayan como ejemplos las derivaciones, a veces severas, al retrasar el inicio de un tratamiento y aún más grave cuando la negativa es a recibir la atención adecuada.

Mucho se ha escrito sobre este tema pero rescato dos libros que me permito recomendar.


“La Palabra del Médico” del destacado Profesor, el Dr. Ignacio Di Bartolo, donde el autor describe de una manera casi poética tres momentos claves de nuestra profesión. Nuestra palabra en la intimidad del consultorio, como docentes y en nuestra vida social y

"La Palabra Médica" del Dr. Ernesto Gil Deza, prestigioso oncólogo, donde profundiza sobre la utilización de la comunicación como una herramienta terapéutica y reflexiona con gran calidad sobre el porque la palabra médica es diferente a los otros decires de las personas



A veces los ejemplos son tan concluyentes que no necesitan mayor explicación. Centrémonos por un instante sobre el valor de tres letras, VIH, y el impacto que puede tener en la vida de una persona.

Si no conocemos la forma, los modos, el tiempo a dispensar y la calidez en comunicarlo, con seguridad habremos de  causar un stress psíquico que producirá, en nuestro paciente, una huella  de difícil elaboración.


               


Lamentablemente pienso que la desvalorización de “nuestra palabra” es un proceso que no va a detenerse debido a múltiples causas algunas ya enunciadas.

El universal acceso a “las informaciones” que circulan en internet y redes sociales sin contexto (y en muchos casos falsas), la extrema difusión de temas médicos en la prensa y la publicidad de las llamadas medicinas alternativas, son sólo algunos de esos factores.

Pero también están aquellos en los que sí podemos influenciar para evitar que prolifere el descreimiento. Por ejemplo, ocuparnos en reducir nuestros propios errores de comunicación y entender que hay que extremar los cuidados en la forma de expresarnos y porque no decirlo, muchas veces bajarnos de la torre de marfil donde suponemos estar, y encontrarnos en el exacto lugar de una compleja relación que, de por sí, es desigual, pero que nos exige respeto, paciencia y comprensión.


Y por sobre todas las cosas, es imperioso que en estos tiempos de inteligencia artificial nuestro mandato sea no sólo impulsar con todas nuestras fuerzas la revalorización de la palabra médica, sino y mucho más importante, re jerarquizar nuestra  querida profesión, en toda su grandiosa concepción.

 

*Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón.

 

sábado, 16 de marzo de 2024

 

¿QUE TANTO DE “HONORARIOTIENEN LOS HONORARIOS PROFESIONALES?

Una visión realista de las remuneraciones del trabajo médico

 

Dr. Jorge O. Galíndez*

 

“Dr, ya depositaron sus honorarios”.

El contundente y conciso WhatsUpp de la secretaria se repite rutinariamente una vez más. Desde hace años Laura me lo recuerda cuando se hacen efectivos los pagos de las Obras Sociales.

¡Le descontaron 30 mil pesos!, sigue el mensaje. En una orden se equivocó de fecha, otra se olvidó el diagnóstico y en otra vio dos veces en el mismo mes a un paciente y su mutual sólo reconoce una visita.

“Lo de siempre”, pensé resignado. Toda excusa viene bien para pagarnos menos y bajar costos!



Sin mayor entusiasmo miré mi “homebanking”, para ver el monto acreditado y por primera vez en tantos años de médico se me cruzó la pregunta.

Porque llamamos a nuestra retribución, por cierto cada vez más exigua, “Honorarios”?

Y eso me llevó a reflexionar sobre la visión actualizada de nuestro trabajo, la forma en que lo desarrollamos,  como somos vistos por la sociedad donde vivimos y para teorizar si, a fin de cuentas, catalogar a nuestra remuneración profesional como honorario, inconscientemente nos impide plantarnos y exigir una retribución que consideremos justa. ¿No será que vernos (y hacernos ver) como profesionales merecedores de “honores” actúa como un mecanismo interno que nos invalida bajarnos del pedestal y sentarnos a discutir remuneraciones como hacen el resto de los mortales? Veamos:

¿Donde creo que se originó la usanza  de este modismo que hoy no es más que el pago por un servicio brindado?


Estimo que es una construcción que nos refiere a un pasado donde unos pocos accedían a estudios superiores y que éstos, en general provenientes de familias acomodadas,  no estaban pendientes de sus ingresos profesionales para su vida diaria ya que su bienestar no dependía sólo de ellos sino de emprendimientos y negocios familiares.

Eran esos pocos médicos en las ciudades (y ni que hablar en los pueblos) que con atender un `puñado de consultas en sus clínicas particulares podían, incluso, dedicarle mañanas enteras al trabajo gratuito en los hospitales públicos prestando su atención y conocimientos –algunos con compromiso real y otros en forma de  graciosa dádiva- a las que no le otorgaban mayor valor económico.

Este pensamiento, que me verosímil, despertó aún más mi curiosidad y la necesidad de confirmación por lo que decidí ahondar un poco más y esa misma noche busqué los reales significados de honorario y de honor, de donde proviene el adjetivo.

Los hallazgos fueron contundentes. Que sirve para honrar a alguien. Dicho de un título o de un cargo que se tiene con los honores, pero sin las responsabilidades y funciones efectivas que conlleva.



Mucho más concluyente es el significado del sustantivo honor, que se lo incluye dentro de las cualidades morales, que conllevan al “cumplimiento de los deberes respecto del prójimo y de uno mismo” y para complicar la cuestión, otros lo definen como “Gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas”.

A simple vista, y creo que estaremos de acuerdo, no parece para nada algo relacionado a un pago por una prestación, que es lo que en realidad recibimos en la actualidad y que existe una gran distancia  entre esta valoración teórica y la realidad de nuestro trabajo diario bastante alejado de tantas declamadas cualidades.

 Es evidente que la medicina no es un trabajo cualquiera pero debemos reconocer que, hoy por hoy, ya no se nos percibe como aquellas honorables personajes superiores al común de la gente sino mayoritariamente, como miembros de una comunidad donde desarrollamos con mayor o menor aptitud una profesión cada vez más asociada a la tecnología que a la virtud y  que sólo cuando somos necesitados se cambia esa visión y reaparece con intensidad aquella vieja imagen del médico de confianza donde depositar  miedos y esperanzas.

Hoy, mayoritariamente nuestros ingresos provienen de sueldos de los gobiernos (local, nacional y provincial) o de grandes estructuras corporativas  sindicales o “prepagas”.




Crudamente dicho, el monto de nuestro sustento económico depende de los políticos, los gremialistas, los gerentes de empresas privadas, todos muy lejos del romanticismo al que apela en sus orígenes aquel ancestral Concejo de Honorarios. 

Para los gobernantes somos una parte más de la “masa salarial”, mientras que los dirigentes sindicales nos analizan como la parte más barata de sus costos. Y los gerentes, nos consideran dóciles e inofensivos ante la definición del dinero a pagarnos (“¿Cómo los médicos se van a estar preocupando por la plata”, es un concepto ya instalado).

Hay una última reflexión que no quiero dejar de mencionar ya que está también íntimamente relacionada con nuestra profesión, el ser “ad honorem”. Latinazgo cuyo significado es "por la honra, el prestigio o la satisfacción personal que la tarea brinda", pero que no en pocas veces es una forma de ser utilizado como mano de obra barata  o para realizar trabajos que cobran otros.




Pero hay más: Los médicos no cobramos por nuestra atención, seguramente por alguna ancestral culpa, a  colegas; familiares de colegas; familiares; familiares de nuestros familiares; amigos; familiares de los amigos;  amigos de nuestros hijos; familiares de los amigos de nuestros hijos; amigos de nuestros padres; familiares de amigos de nuestros padres;  vecinos; compañeros de trabajo; “amigos” del club; etc, etc. Cierto  es que alguno de ellos, eventualmente, nos envían en un lindo envoltorio una “botellita de vino”!




Sobran los ejemplos de que la mayoría de éstas mismas personas sí necesitamos de su servicio no dudan en cobrarnos. Eso sí, los más considerados nos hacen un “descuentito” como atención.

Y vuelvo al inicio, para preguntarme: ¿Qué tanto de “honorario” tiene en el siglo XXI la retribución por el trabajo que realizamos los médicos? Y, la verdad, me tengo que esforzar para que la respuesta no sea cruelmente, “poco o nada”.

 

 

*Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 18 de febrero de 2024

 



EL PACIENTE QUE NUNCA OLVIDO.

“Libertad, tengo friito...”

 

Dr. Jorge O. Galindez*

 

Por alguna extraña razón, o no tanto, hay pacientes que han quedado grabados en nuestras mentes y que recurrentemente sin mediar razón alguna surgen en nuestros pensamientos para recordarnos esos momentos en el que nuestros caminos se cruzaron por un corto lapso y que ya nunca más pudimos dejarlos ir.

 

Nada de esto sucede en forma deseada o planificada, todo lo contrario, y seguramente cuando los acontecimientos ocurrían no percibimos ni imaginamos la importancia que esos momentos iban a tener y el lugar privilegiado que ocuparían en nuestros recuerdos.

 

Difícilmente sea un sólo paciente el que se instaló definitivamente en nuestra conciencia pero tengo la seguridad de que sí tuviéramos que elegir uno, seguramente pocos dudarían cual fue ese paciente que nunca olvidaremos.

 


De la charla con muchos colegas sobre el tema surge mayoritariamente que ese recuerdo está íntimamente ligado a una sensación de culpa relacionada con algo que hicimos, dejamos de hacer o a una equivocación lamentable.

 

Otros evocan situaciones trágicas y tan inexplicables e injustas que sellaron una imagen, una palabra o un gesto, en nuestra conciencia para siempre. Los menos evocan situaciones graciosas, enredos propios de una comedia o escenarios difíciles de explicar para alguien que no vivió el momento. Sin embargo, todos coinciden que son “cosas” de las que nunca hablan incluso con sus más cercanos.

 

Durante años me he preguntado porque nuestro intelecto eligió ese momento, ese detalle o esa anécdota cuando seguramente hubo numerosas situaciones que acontecieron con características similares o incluso más contundentes que esta que nos persigue en el tiempo.

 

Herida narcisista! pontifica un colega recordándome las tres “ofensas” infligidas al orgullo y a la vanidad de los hombres. 

 


La primera -la planetaria- fue cuando tomamos conciencia que la tierra no era el centro del mundo; luego, la zoológica, cuando hubimos que aceptar que el ser humano tuvo su origen en el reino animal y la tercera, a la que aludía nuestro amigo, es la generada por el psicoanálisis, que en una extrema simplificación nos revela que no somos dueños de nuestras motivaciones, y obramos en función de designios ignorados.

 

Tomar conciencia que no somos todo lo perfecto que nos imaginamos nos afecta profundamente tanto como a aquel Narciso, de la mitología griega que, a fuerza de mirar su reflejo en un lago acabó por caerse dentro y morir ahogado.


Daniel O., fue un niño de seis años que a fines de los años 70 recibimos en nuestra Sala de Terapia Intensiva derivado de una pequeña localidad del norte de Santa Fe, donde había sido intervenido originariamente por una simple apendicitis.

 


Ingresó muy grave, fue reintervenido en diversas oportunidades y su posoperatorio fue una constante sucesión de complicaciones que pusieron a prueba todos nuestros esfuerzos y conocimientos para salvarle la vida durante casi dos meses.

 

Cuando ya todos creíamos en nuestro éxito y estábamos seguros de que su mejoría era definitiva una madrugada, como cualquier otra, llamó a la enfermera, a quien hoy todavía recuerdo perfectamente por su nombre, Libertad y le dijo “Libertad, tengo friito” y sin dar tiempo a nada se nos fue de entre las manos para siempre…

 

Este es el paciente -que yo- nunca olvido.

 

*Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón

lunes, 15 de enero de 2024

 

LAS DIFICULTADES DE LOS MEDICOS PARA ADAPTARSE A LA FUNCION PÚBLICA

 Cuando un error destroza una brillante carrera profesional

 

Dr. Jorge O Galíndez*

 

“El Doctor este mes no va a atender porque está dedicado totalmente a la campaña electoral”. La simpática voz de la secretaria desconcertó a  Noemí. Había puesto muchas esperanzas en la consulta con este médico que tanto le había recomendado su cirujano luego de una compleja operación.

 “Nosotros hemos hecho todo lo posible pero ahora tenés que seguir en manos de un especialista y te voy a recomendar el mejor”, le había expresado con mucho énfasis.

Decepcionada, desorientada, angustiada y con cierta bronca acudió a su hija, paciente mía, para que la ayudara.


 

Así fue como conocí esta pequeña historia. “Mi mamá no quiere saber nada con ese médico y se pregunta muy enojada que hace en política sí lo que debe hacer es atender a los enfermos y que ella lo necesita ahora”! me cuenta Daniela a la vez que, también ofuscada, me pide que le recomiende “otro”.Sin dudas, el colega le había recomendado el más apto, pero  ante el requerimiento debía darle mi mejor respuesta por lo que le señalé tres nombres de muy buenos especialistas locales para que consultara.


Ahora bien, sé que hay mucho escrito sobre el rol que le asigna la sociedad al médico y que éste a pesar de que ha ido cambiando a través de los tiempos, en general, no se  lo piensa y muy probablemente no se  desee ver participando de la actividad política. “Yo quiero que el médico esté libre cuando yo lo necesite, que sepa cómo y dónde ubicarlo” había dicho enfáticamente nuestra paciente.

 Una primera reflexión   que me animo a  plantear para su discusión es sí,  ¿Debemos los médicos, a sabiendas que la sociedad en general y los colegas en particular no ven con buenos ojos nuestra participación en política, renunciar a sumergirnos en ese  desvalorizado ámbito donde diariamente se toman decisiones que influyen sobre todos nosotros?

 

Detengámonos unos momentos en algunas experiencias de médicos que tomaron el camino de la política y veamos sus resultados.

 

    “Somos un gobierno de científicos”, la altisonante frase pronunciada en los inicios de la pandemia por el  ex Presidente de la Nación repercutió, por entonces, favorablemente en todos los rincones de país. Detrás suyo, una decena de reconocidos profesionales posan, en medio de la peor pandemia de los últimos años, increíblemente sonrientes (dicho sea de paso, todos porteños)  completando la escena que, todavía hoy, recordamos nítidamente.

 

 

Poco tiempo después todo cambió. Las decisiones políticas avasallaron las opiniones técnicas y como consecuencia, los profesionales quedaron atrapados en pésimas y poco recomendables regulaciones. La demora en la llegada de vacunas,  la prolongación irresponsable de la cuarentena, sumado a la incapacidad de imponerse provocaron que en poco tiempo, la opinión pública los percibiera como  cómplices del poder por lo que quedaron inmersos, sobre todo  los que más se expusieron, en una maraña de suspicacias que como consecuencia previsible demolió todos sus antecedentes curriculares y su bien ganado prestigio provocando un fuerte repudio social que aún podemos percibir.

 

    Desgarbado, arrumbado y en chancletas compartiendo una caña en un barcito de Madrid, Ginés González García, el otrora poderoso dos veces Ministro de Salud de la Nación terminó su vida política.

 

 

Reconocido médico de larga trayectoria, Diplomado como Sanitarista en la Academia Nacional de Medicina y Magíster en Sistemas de Salud; entre otros importantes antecedentes asumió su último segundo mandato ovacionado por sus seguidores al grito de  “Tenemos Ministerio, tenemos Ministerio”.

Meses después, abandonado por sus amigos,   debió renunciar a su cargo envuelto en el mayor de los escándalos de corrupción moral de la historia de nuestro país. El llamado “vacunatorio VIP” instalado a metros de su despacho sepultó en el absoluto descredito y para siempre todos los logros pasados ya que ese recuerdo tardará mucho en borrarse de la mente de los argentinos que pudimos observar atónitos la obscenidad descarnada de la impunidad política de la que no quiso o supo deshacerse.

 

    Olvidado y en la pobreza el único Presidente Argentino médico terminaba sus días en la pequeña ciudad cordobesa de Cruz del Eje. Algunos cuentan que pasaba sus días trabajando en una panadería.

Arturo Humberto Illía médico generalista se dedicó a la política desde muy joven. Radical, llegó a la Presidencia de la Nación en 1963 con sólo el 25% de los votos y el peronismo proscripto.



Solo tres años después abandonaba definitivamente la Casa Rosada empujado suavemente por dos policías que lo acompañaron a tomar un taxi.

Triste y pésimo final para este demócrata, a pesar que, justo es decirlo, mantuvo la proscripción a Perón que sin apoyo partidario y ante la indiferencia social sucumbió a las intrigas de propios y extraños que nos valieron a los argentinos años de  una nueva dictadura que encabezó por entonces el Tte Gral. Juan Carlos Onganía.

 

    En 1954, el primer Ministro de Salud de nuestro país Ramón Carrillo un destacado neurólogo y quien cambió la forma de ver la medicina imponiendo un  fuerte impacto en la prevención fue acusado de masón,  ultra católico y corrupto. 




El hombre que se enfrentó con los laboratorios que  erradicó plagas, multiplicó la construcción de hospitales entre muchos otros logros colisionó con el poder político que lo había llevado al centro de las decisiones. Echado por el General Perón  debió huir al exilio. Años después murió   en la total ignorancia en Belem, un pueblito del norte de Brasil. Su cuerpo no pudo ser repatriado, como fue su deseo a su Santiago del Estero natal, sino hasta 1972.

 

    Entre muchos otros ejemplos destaco finalmente lo sucedido a Eduardo Lorenzo Borocottó que perdió toda credibilidad como reconocido pediatra al ser elegido como Diputado por el PRO y secretamente hacer una alianza con el kirchnerismo inscribiendo lastimosamente un nuevo neologismo “la borocotización”

 


Este recorrido histórico me activa algunas reflexiones. La primera es poder percibir todas las limitaciones  que la política pone a los técnicos en general y como muchas veces quienes deciden encarar su ingreso al debate público, al compromiso político desde lo profesional, chocan contra la lógica y las necesidades de “la política”.

 

Todos hemos visto destacados colegas interesados en participar que debieron aprender rápidamente la lección que se les impone desde recién llegados. “Manda la política” (los políticos) y que sí quieren progresar o  aspiran a ser tenidos en cuenta para ocupar lugares de cierta importancia alejados de lo estrictamente técnico, deberán aceptar esa máxima de ser “hombre de…” y muchas veces hasta se les hace necesario minimizar sus logros académicos  resignando el tinte profesional que los caracterizan.

 

Como  resultado de éstas exigencias pocos médicos se interesan en participar en  estas condiciones por lo que la sociedad en muchos casos pierde de muchos de sus mejores y más capacitados profesionales que en otras condiciones lo dejarían todo para contribuir al bien social.



Hace pocos días saliendo de la Facultad y de manera totalmente casual  me encontré con el médico que tanto le habían recomendado a Noemí, y del que siempre pensé que  era de la clase de persona y profesional que la sociedad necesita que se involucre en política. Al verlo, como siempre, tan simpático y afable no quise desaprovechar la oportunidad para preguntarle sobre su experiencia en la política viniendo desde la medicina.

Pensó unos momentos, se puso serio y me dijo “No encajamos en su sistema, no sé  sí nos tienen miedo o que pero sólo nos aceptan como técnicos,  pero querés que te diga, YO voy a seguir insistiendo…

 

*Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón.

 Agradecimientos: Dra. María Rosa Galván, Mariano y Tiago Galíndez por sus sugerencias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 22 de noviembre de 2023

 





CARA A CARA CON UN PACIENTE EXALTADO

Reflexiones, recuerdos y enseñanzas de una expresión intempestiva

Dr. Jorge Galíndez*



MANDALE UNA CARTA A CRISTINA!! La frase, dicha de muy malos modos, salió como un balazo de la boca de una médica cansada de escuchar los insistentes reclamos que le hacía un paciente responsabilizándola de las dificultades que encontraba para obtener la medicación que ella misma le había recetado, de las “idas y vueltas que le hacían hacer” y de las múltiples excusas que recibía de los empleados del sector que debían proveerlas.

Miré fijamente a mi colega y me retiré absorto del consultorio al que había acudido, sin aviso, a buscar un sello que había olvidado. Conozco muy bien a la doctora, me consta su excelente trato, educación y compromiso con todos aquellos que diariamente y durante años acuden a ella en búsqueda de alivio a sus crónicos padecimientos.

Al cerrar la puerta, mi mente voló incontrolablemente hacia mi niñez y apareció esa frase de la boca de mi madre. “Mandale una carta a Evita, ella te la va a comprar” me dijo una fría tarde de invierno interrumpiendo con dulzura mi insistencia de pedirle a mi padre, entre llantos, una bicicleta, que hoy entiendo, lo laceraba la imposibilidad de complacerme.






Subí las escaleras del Hospital enojado y desorientado sabiendo que como su Jefe debía convocarla a mi oficina para pedirle explicaciones y que pese a todo el cariño que le tengo no podía dejar pasar lo que involuntariamente había presenciado, y así lo hice.

Cuando entró le ofrecí mi más cálida mirada pero sin dudar y en forma de reproche le pedí explicaciones sobre su inusual proceder.

Más relajada ahora, se acomodó en la silla y me dijo. “Conozco y trato a Manuel desde hace muchos años. Padece una enfermedad crónica por lo que habitualmente viene al consultorio en busca de las recetas para retirar su medicación. Cumple con exactitud todas mis indicaciones, toma su medicación “al pie de la letra” y la sola posibilidad de tener que interrumpirlo le genera ansiedad, incertidumbre y porque no, cierto grado de agresividad que sólo la calma responsabilizando a quien tiene enfrente. La verdad Doctor es que me cansé!!

Me cansé de los justificados reproches, no pocas veces dichos con prepotencia, que tenemos que escuchar a diario y de tener que “poner la cara” por los insensibles que nos gobiernan a los que poco les importa el sufrimiento ajeno”




Farmacias en estado de alerta porque faltan de medicamentos



Cuando le dije “Mandale una carta a Cristina”, fue un acto reflejo. Como le dije antes, conozco muy bien a Manuel, honesto trabajador, sin trabajo desde hace ya varios años, que defiende con uñas y dientes al actual gobierno. Le pido perdón doctor, no volverá a suceder. Me puedo retirar?

No, respondí. Reflexionemos juntos de cómo debemos actuar en este tipo de situaciones. Sabemos que las corporaciones médicas, las sociedades científicas y las asociaciones profesionales han expresado su gran preocupación y alertado sobre situaciones inimaginables con consecuencias directas en la salud de la población.

Pues bien, nuestra palabra, la de aquellos que estamos en contacto diario con la necesidad y la incertidumbre que viven los pacientes, y con la que nos sentimos identificamos en primer lugar es mantener la tranquilidad, acompañar y solidarizarnos con sus legítimas demandas sin dejar que se afecte la relación médico-paciente y por otro lado, sin tregua, exigir a los responsables con toda vehemencia la pronta regularización del abastecimiento de medicamentos e insumos básicos imprescindibles para el normal funcionamiento del sistema de salud

Por unos segundos mi mente me llevó otra vez al pasado, a la fiesta que significaba “ir al cine“ de la mano de mi mamá a la que tanto le gustaban las películas españolas y donde en el “Intervalo” proyectaban noticieros de propaganda donde se podía ver, en blanco y negro a Evita repartiendo desde un tren regalos para los niños, mientras saludaba entre aplausos a la población de cada pueblo que visitaba.


                      El cine Rose Marie. Entre Ríos al 1300


Inquieto, volví a la realidad, levanté la mirada y le dije, Antes de irte pero, sólo por curiosidad, ¿Que te contestó Manuel?

Doctora, dijo, me pegó en lo que más me duele, ¡ella no me va a responder! ¡Nunca será Evita!

Mis recuerdos y la contundente frase del paciente confluyeron e impactaron centralmente en mi cerebro. El pasado glorioso volvía al presente, como una triste mueca.



*Jefe del Servicio de Clínica Médica. Hospital Escuela Eva Perón.