domingo, 30 de mayo de 2021

 

EL VIEJO TRUCO DE NEGAR LO OBVIO.

Una historia más de los “anti”

 


Viendo lo que ocurrió en estos últimos días con el discurso y las reacciones de los llamados grupos “antipandemia”  recordé una experiencia similar que nos tocó vivir durante los primeros años de los noventa cuando la epidemia de sida se extendía por el mundo, y pensé que podría ser de utilidad detallar la forma en que evaluamos y solucionamos el tema en aquel momento

Eran las épocas del avance irrefrenable del virus que producía miles de muertes de jóvenes y niños alrededor del planeta, donde todos los pronósticos eran sombríos, sin tratamientos efectivos,  sin vacunas preventivas y con escasos recursos humanos disponibles que a pesar de todo mantenían la firme decisión de   no abandonar la lucha porque estábamos convencidos que la respuesta científica finalmente llegaría.

En medio de la crisis donde las buenas noticias no existían un periodista del Diario La Capital me llamó por teléfono para invitarme a tomar un café en su casa.

Raro, no era habitual este tipo de convocatoria pero accedí rápidamente facilitado aún más por su dirección, que sin yo saberlo previamente, era muy cercana a mi domicilio.

La tarde de ese mismo día nos reunimos y en forma sigilosa y sin muchos prolegómenos me informó que estaba por llegar a Rosario un “científico” que afirmaba que el virus del sida no existía y que él lo iba a entrevistar.

Sin dudas estaba entusiasmado por la primicia, y quería saber “en off” mi opinión sobre su postura.

Lo cierto es que la nota se publicó y tuvo una interesante repercusión en la ciudad provocando curiosidad sobre cuál sería nuestra respuesta ante las afirmaciones tan expresivas y contundentes de nuestro visitante.

Sabíamos que su capacidad para el discurso basado en afirmaciones indemostrables pero dichas con mucha seguridad nos pondría en aprietos atento a nuestra falta de entrenamiento para este tipo de exposición mediática donde la polémica obligada y la extrema simplificación para el mejor entendimiento de la audiencia sin dudas le serían favorables

Por otro lado estábamos seguros que de una situación semejante sólo habría un único beneficiado, este interesante personaje, que lograría que “la ciencia” lo ponga en igualdad de condiciones al darle identidad y responder a sus dichos.

Sin embargo, no podíamos negarnos a la requisitoria y así lo hicimos.

Nuestra propuesta fue invitarlo a una sesión académica que se realizó en el Aula Magna de la Facultad de Odontología donde no podía contar con sus aplaudidores y abucheadores que lo acompañaban sino que iba a tener que discutir en igualdad de condiciones y con la serenidad que ofrecía el ámbito.

La sesión comenzó con la lectura de su Curriculum que manifiestamente lo incomodó. A quien no, sí ante tanto palabrerío previo en los hechos concretos nada  podía sustentar.

Lo exiguo de sus antecedentes desnudó   al invitado que  nervioso e inseguro apenas pudo responder balbuceante las respetuosas preguntas básicas del auditorio que observaba como su mentada seguridad se transformaba minuto a minuto en desorientación, impotencia y vergüenza.

Su papelón fue tan elocuente que sin saludar se retiró de la reunión y nunca más volvimos a saber de él.

Observamos como de tanto en tanto se repiten similares situaciones, potenciadas ahora por las redes sociales, pero que al final son la misma cosa.

Desafiar lo establecido no está nada mal, pero se desgasta la oportunidad cuando en casos como  el narrado, sólo encontramos  palabras expresadas con firmeza y convicción pero que a la hora de defenderlas con argumentos sólidos en el lugar apropiado, sólo aparecen como  vaguedades sin contenido y alguno que otro inconfesable motivo.

 

 

*Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón.

 

 

 

 

 


sábado, 8 de mayo de 2021

 

EL LADO B DE LOS VIRUS

Dr. Jorge O Galindez*

 


Dicen los expertos que para ganar una guerra es fundamental conocer al enemigo. Gran parte de mi vida los he tenido cerca, estudiado y enfrentado con desiguales resultados; he ganado algunas batallas y he perdido muchas más.


Pues bien, que sabemos de ellos?

Que, muchísimos millones de años antes de que  nosotros lográsemos mantenernos erguidos ellos  habitaban nuestro planeta.

Que, aunque no faltan   teorías al respecto y sí bien ha sido ampliamente estudiado, poco se sabe sobre sus orígenes.

Que, numéricamente hablando, son infinitamente superiores a cualquier tipo de organismo conocido. Aseguran los especialistas   que  convivimos con 10 quintillones (31 ceros) de virus individuales.

Que, desde tiempo inmemorial los coronavirus, por ejemplo, no son más que una de las  infinitas expresiones diferentes de virus capaces de colonizar a todos los habitantes de la tierra tanto del reino animal como vegetal.

Que, son  causantes de enfermedades de variada gravedad desde simples resfríos hasta verdaderas catástrofes sanitarias  que, a través de los tiempos, han generando cientos de millones de víctimas.

Y que hemos aprendido?

Hoy conocemos mucho de su genealogía, su estructura molecular, sus formas de invadir y también algunos  de sus puntos débiles que han permitido a los científicos desarrollar tratamientos y vacunas preventivas con singular éxito.

Ahora bien, la gran pregunta es sí sólo están aquí para provocar el mal o en nuestra ignorancia no hemos logrado entender cuál es su verdadera función en el equilibro ecológico global, y cual su significado en el “Planeta de Virus”, como lo bautizó el genial Carl Zimmer en su exitoso libro publicado allá por el 2011.

Y acá comienza el apasionante mundo de lo desconocido que por décadas me ha motivado a  intentar conocerlos,  desentrañar sus secretos y asomarme a la mayor de las incógnitas como es,  el significado de nuestra vida.

El poder haber comprendido que son ellos  los que “mueven” el ADN entre especies, vaya el ejemplo tan de actualidad del paso de una enfermedad de  murciélagos al terreno humano, ha generado a través de los tiempos las condiciones para que las células de los organismos receptores tomen parte del material genético transmitido y lo utilicen para su propia evolución lo que nos permite deducir que los virus además de los efectos deletéreos que conocemos, en forma indirecta son los que dictan, nada menos que, el “orden general de las cosas”.

Es decir, son ellos los que nos brindan a través de la incorporación de información molecular interespecies la capacidad de modificar nuestros propios genes lo que en definitiva es, sencillamente dicho, el mejoramiento y adaptación de la especie humana a los cambios universales que apenas alcanzamos a comprender.

Esta visión tan diferente a “lo establecido” nos debe motivar a profundizar los conocimientos actuales no sólo  para luchar contra las infecciones sino  para poder  avizorar nuestro futuro como especie y sí somos capaces, prepararnos para vivir en un mundo absolutamente diferente.

*Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón.

domingo, 2 de mayo de 2021

 

 

LA ROTONDA DE AYACUCHO

Jorge O. Galíndez*

El ruido sonó seco, definitorio. Mi esposa, siempre tan atenta a los detalles, no tuvo tiempo siquiera de reaccionar y me miraba sin entender.

Con el envión que le quedaba, nuestro flamante auto que, con tanto sacrificio habíamos comprado, se detuvo humeante en la banquina de la desolada ruta provincial 29; eran las dos de la tarde de un tórrido mes de febrero.

Miré hacia atrás para ver a mis dos hijos de cinco y once años; el más pequeño sonreía vaya a saber de qué y  el mayor al presentir lo que pasaba me preguntaba una y otra vez “Porque paraste Papá? Porque paraste?

Incliné mi cabeza sobre el volante tratando de pensar que hacer, estábamos solos, en un paraje desconocido y vale la pena aclarar. que para ese momento no teníamos idea de lo que era un teléfono celular.

Lleno de angustia, levanté mi vista y vi a lo lejos –quizá a unos mil metros- la bandera amarilla del Automóvil Club Argentino que flameaba orgullosa. Fue para mí como ver un oasis en el desierto.

Luego de dar todo tipo de consejos a los niños y precauciones a mi mujer, me dirigí con paso firme y directo hacía donde me indicaba la salvadora bandera. El calor extremo del asfalto, el silencio y un Ventolín (Aerosol usados por los asmáticos) fueron mis únicos acompañantes durante los interminables minutos siguientes.

Al llegar al pequeño campamento y pese a mi ansiedad, tuve que esperar un buen rato a que el único mecánico a la vista terminara de poner en marcha un viejo auto que me pareció, en ese momento, le pertenecía.

Luego de los saludos le conté lo que nos había pasado y de modo decidido tomó una caja de herramientas y me invitó a subir a su destartalado Dodge Polara.

En pocos minutos llegamos. Por suerte los chicos,  pese al calor agobiante, estaban bien. Intenté, sin éxito, devolver la sonrisa a mi hijo menor.

No sin vergüenza y resignación tuve que aceptar que mi flamante Peugeot 504 fuera remolcado por él,  ahora,  revalorado Dodge.

Ya en el campamento móvil del ACA, levanté el capot del auto y miré esperanzado a mi ocasional “Ángel”,  cuyo nombre ni siquiera conocía. Un rápido vistazo, unas pocas maniobras  con sus manos le bastaron para dar por terminada la revisación y mientras se frotaba las manos para quitar la grasa de entre los dedos, disparó su diagnóstico que sonó en mi cabeza como una explosión! “Está fundido”!! Sin darle tiempo a seguir hablando le espeté con firmeza! “No puede ser!!. El hombre sonrió y mirándome por encima de sus transpirados lentes me dijo “Tenés razón flaco, no está fundido; está refundido!!!!

 Nuestras alternativas no eran muchas, dejábamos el auto allí, en el medio de la nada y seguíamos a Mar del Plata en ómnibus como si nada hubiera pasado o nos volvíamos a Rosario los cuatro,  en el único asiento junto al conductor  que tenía la rústica grúa disponible que podía transportarnos.

Llenos de frustración mi esposa y yo decidimos volver. En fin, luego de veinte hs de viaje íbamos a encontrarnos en el mismo lugar desde donde empezamos con toda alegría y excitación nuestras primeras vacaciones en el mar con nuestros hijos.

Mientras esperábamos la llegada del chofer, nuestra angustia y tristeza no podían disimularse, más aún, al verlos jugar tan alegremente en unas desvencijadas hamacas situadas a la sombra de unos sauces cercanos al puesto móvil.

Fue en ese momento de mayor desconsuelo, cuando nuestros hijos se nos acercaron!!

No estés triste papá!!

“Dios nos rompió el auto porque en aquella curva nos matábamos todos” La frase, textual, dicha en un tono tan seguro y determinante para un niño de cinco años significó el súbito fin de la angustia, para transformar el momento en llantos de alegría y agradecimientos muy difíciles de explicar!

Muchos años después, seguimos recordando ese momento como una vivencia sobrenatural. Inexplicable?

Nunca volvimos a pasar, por la Rotonda de Ayacucho.