viernes, 8 de diciembre de 2017

   “Una experiencia para compartir“







Dr.Jorge O. Galíndez
Ps.Silvina Vázquez

       Cuando de complejos y prolongados tratamientos se trata, la adherencia a los mismos se visualiza como una pieza clave para su éxito.
En el campo de la infección por el VIH lograr ese objetivo ha sido un continuo desafío con frecuentes fracasos, sobre todo en aquellos tiempos, no tan lejanos, en que la respuesta científica se limitaba a ofrecer como única posibilidad la multiplicidad de comprimidos que debía el paciente ingerir, asociados generalmente a la intolerancia y devastación de los efectos adversos que producían.
Ahí es donde aprendimos a innovar sobre la presencia activa del psicólogo en el consultorio del médico, sin reparar en vanas discusiones teóricas o ideológicas  que a nada nos conducían.
Lo que  nosotros teníamos era una necesidad concreta que requería soluciones del mismo tenor y que la práctica finalmente  nos demostró  que estábamos en buen camino.
Hoy la realidad es muy distinta en lo que se refiere a la tremenda respuesta terapéutica que se ha producido. La simplificación de los tratamientos, su menor toxicidad y su excelente tolerancia han cambiado el rostro de la infección e iniciado una tendencia al decrecimiento de la pandemia.
Pese a ello, no hemos cambiado nuestra modalidad de trabajo –médico  y psicólogo juntos- atento a que rápidamente percibimos lo que ya reflejaban múltiples estudios internacionales; la adherencia al tratamiento es una resultante mucho más compleja y  no se soluciona con la simple reducción de la cantidad de comprimidos que el paciente ingiere.
Razón por la cual decidimos mantener nuestro dispositivo de trabajo, donde la presencia del psicólogo en consultorio nos permite y  asegura un desplazamiento hacia el   rescate de la singularidad.
Hoy sabemos que para lograr la total adhesión es imprescindible tener presente su propia historia, dejándolo hablar libremente de sí mismo sin nosotros, emitir juicio crítico.
Con el  paso del tiempo observamos que sus relatos sobre  problemáticas y satisfacciones de vida aparecían nítidamente logrando  que se expresen con naturalidad y confianza frente a ambos.
Nos preocupamos no sólo por lo que el paciente dice sino que, un gesto, una pausa, una mirada perdida, o un comentario del día a día son alertas  que nos  introducen a ese terreno a veces tan resbaladizo de  lo emocional.
Vayan como ejemplos los diálogos sobre la expectativa de una nueva relación,  los miedos sexuales, desencantos o rupturas,  la plenitud de convertirse en madre o en abuela.
Con frecuencia aparece también la ansiedad que provoca la posibilidad de iniciar un nuevo empleo o la intranquilidad  de perderlo.
Muchas veces  nos hemos encontrado  ante las  distintas visiones de lo que escuchamos y en ese momento es donde el psicólogo a través de  la escucha activa interpreta y nos aclara esos núcleos duros que representan la resistencia al tratamiento.
La  mirada, la escucha y la palabra  son  un ejercicio  continuo que mantenemos y resguardamos a lo largo de estos años y cotidianamente.
La elaboración de estrategias en conjunto, para cada problemática individual, muchas veces ha evitado los lamentables abandonos que, como sabemos, tienen como consecuencia directa el fracaso del tratamiento.

La mirada optimista que tenemos sobre un futuro no lejano nos desafía a prepararnos para nuestro nuevo  compromiso que será, como profesionales, acompañarlos a enfrentar el proceso y el impacto que producirá llevarlos a la cura definitiva.

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